Andreani íntimo: el número de lotería que salvó a su empresa y el ‘mea culpa’ por su generación

Fuente: Cronista – A los 80 años, Oscar Andreani repasa todo: de los elogios de Marcos Galperin a las crisis que superó, pasando sus primeras vacaciones a los 41 años, la vuelta al pueblo de Italia del que partió su abuelo y el salto de empresa de transporte a grupo logístico. Charla sobre lo que vivió y, sobre todo, lo que le queda por vivir después de 40 años como empresario

Oscar Andreani mira hacia los ventanales. Sus ojos se clavan en la inmensidad verde que, todavía, domina el paisaje del predio de 40 hectáreas donde funciona Norlog, complejo en cuya inauguración prometió convertirlo en el faro logístico de Tigre. «Acá no había nada. Todo esto era puro campo», evoca, en las oficinas del Centro Inteligente de Transferencia (CIT) de su empresa. Cuenta, con orgullo, que Marcos Galperin, fundador y CEO de Mercado Libre, le dijo que está a la altura de los mejores de Europa y los Estados Unidos.

El año pasado, el CIT amplió su capacidad de procesamiento a 202.700 bultos diarios, para recibir y expedir más de 1000 camiones cada 24 horas. «Hoy en día, podríamos duplicar lo que estamos haciendo. Nosotros pensamos que esto era para los próximos 20 años. Llevamos cinco y ya está colapsado. Nos adelantamos 15 años a lo que tenía pensado», apunta Andreani.

«Pero, si quiero invertir, tengo que sacar un crédito. Si lo hago hoy, paso a tener capital negativo. Si tengo capital negativo, hay que ajustar el balance por inflación. Si ajusto por inflación, tengo que par un 35 por ciento de Ganancias… Quiero hacerlo, dar más trabajo, pero no puedo. Porque, si lo hago de esa manera, invierto y resulta que, después, tengo que seguir pagando el triple que ahora», explica.

Sus ojos siguen mirando a través del vidrio. A los 80 años, cumplidos en enero, su mente contempla mucho más que lo perceptible con los sentidos. «Este es un país difícil. Sin lugar a duda. Nos ha puesto a prueba. Alguna vez, amigos del extranjero me dijeron que ser empresario, acá, es ser un héroe. Es haberlas pasado todas», reflexiona.

¿Qué le genera la crisis actual? A esta altura, no creo que lo asuste.

Crisis fueron todas. Se las puede ver desde dos ángulos: resignarse o, al revés, son una forma de encontrar la oportunidad de salir. En cada una, encontramos la oportunidad de crecimiento. Siempre. Nos fuimos reacomodando. Nuestra función fue haber ido refundando constantemente a Andreani. Seguimos avanzando. Fuimos agregando cosas a las que hacíamos. Permanentemente.

¿Cuál fue la peor?

La de 2000. Fue la más fuerte. Esto nació siendo un transporte de carga tradicional. Como todos. Para colmo, en esta actividad, estamos acostumbrados a usar el apellido. Uno puede quemar cualquier nombre. Lo que no puede quemar es el apellido. Pero también es lo que da fortaleza para salir adelante.

¿Qué pasó en ese momento?

Fue una época bravísima. La mayoría de las empresas quebraron, se convocaron. Eso podía servirnos en el corto plazo. Pero a nosotros no. Porque trabajamos con multinacionales y, con un apellido como el nuestro, esto va a más largo plazo. Lo que no hicimos a corto plazo nos benefició. La gente, después, confió mucho más en nosotros por haber salido sin entrar en todo ese artilugio.

¿Sintió que ahí se jugaba la empresa?

Sí, sin lugar a duda. En ese momento, no sabíamos qué podía llegar a pasar. Estábamos todas las empresas del sector igual.

¿Cómo salió?

Así como las oportunidades surgen y, a veces, hay que buscarlas, hay que tener una cuota de coraje y, también, una cuota de suerte. Y una cuotita de habilidad para llevarlo adelante. En aquel tiempo, no había cheques posdatados como ahora. Eran cheques voladores. Llegó un momento en el que la empresa tenía tantas deudas, tantas deudas… Las empresas familiares son divinas cuando las creás, porque está toda la pasión, toda la fuerza, las ganas, la voluntad. Pero no tenés capital. Nosotros, en Casilda, no nacimos con capital propio. Lo fuimos haciendo.

¿Cómo jugó la suerte?

Un día, me llama el gerente del banco para avisarme que nos cerraba las cuentas. En ese momento, mi hermano manejaba la relación con los bancos y me pidió que me metiera. Yo trabajaba en la empresa y en mi propio estudio contable; el transporte no daba para todos (todavía estaba mi papá). El gerente del banco me dijo todo el tipo de barbaridades que se te pudieran ocurrir. Lo único que le pedí es que me diera 24 horas. Si, al día siguiente, seguía con la cuenta en rojo, que la cerrara. Los bancos, en Casilda, cierran a las 13.15. Salí de ahí y me fui a almorzar con mi mamá. Mi viejita jugaba siempre a la lotería…

No me va a decir que ese día salió…

Ese día salió. Era con 11: creo que 19.511. Fue el primer premio de la Lotería de Salta. Por eso, a veces, estás en el borde y te iluminás. Las cosas, por algo, suceden. Yo tenía fe. Si estás muerto y te dan 24 horas, algo pasa, ¿no? Y pasó. Ganamos la lotería ese día. Por eso: creciste, llegasta hasta acá, pantanazo y listo, otro peldaño. Llegás al límite; otro peldaño. Y, así, vas creciendo sin quererlo. Si me preguntás, en forma personal, si hubiese pensado en esto (señala a su alrededor), no, nunca lo pensé. Tenía una visión muy fuerte de lo que podíamos lograr. Pero no sé si, realmente, puedo percibir lo que hoy es la empresa.

¿Si mira para atrás, qué ve?

Mucho. Mucho esfuerzo, mucha perseverancia. Mucha pasión por lo que hicimos. Mucho sentido de pertenencia de la gente: somos 10.000 personas. Nacimos en el interior y empezamos con gente del interior. No importaban las horas, el esfuerzo; si era sábado a la tarde…Era PyME. La PyME es eso. Es poner todo en el momento en el que lo necesitás. La gente nos ayudó muchísimo.

¿Y cómo se ve a usted?

Ante todo, soy un soñador. Me gusta volar, vuelo, me gustan los aviones. Pero, también, vuelo en el sentido figurado. Imaginar cosas, pensarlas. Para mí, son sueños. Primero, hay que soñarlos y, después, tener el coraje de realizarlos.

En ese sentido, este país desafía. Lleva a que uno esté pensando más en que el gerente le va a cerrar la cuenta en 24 horas.

Exacto. ¿El país ayuda? No, no ayuda. Empresarialmente, es una constante. En la Argentina, sos un héroe porque estás luchando contra la inflación. Estás luchando contra las leyes, que hoy sale una parte y mañana salen para otro lado. Estás luchando porque no tenés crédito para el desarrollo. Pero, así como es de difícil, te da oportunidades para crecer.

En los ’90, vinieron jugadores internacionales. Al final de esa década, la empresa pasó su peor momento. ¿No le pasó por la cabeza vender?

Oportunidades de venta tuvimos constantemente. Me crié en este país, mi familia está acá. También mis capitales. Creo en el país. Sigo haciéndolo, incluso, después de 80 años que venimos en decadencia constante. Es un país con una riqueza natural y una riqueza humana tremendas, con potencial para ser uno de primer nivel.

¿Por qué no lo somos?

Lamentablemente, no hemos tenido a las autoridades que nos guiaran para que este país hoy fuera la potencia que tendría que ser. Y eso es innato: fijate cuántos unicornios hay. En tecnología, vienen de afuera a pedirnos trabajos. Hay gente nuestra trabajando en Singapur, en Tokio. Tenemos elementos humanos. Tenemos recursos naturales. Pero los estamos desperdiciando. Las oportunidades han estado. Todas. Lógicamente, debés tener reglas claras. Porque, para que estén esas oportunidades, hay que hacer inversiones. Yo no puedo hacerlas por lo que te conté del capital negativo. Y alguien de afuera, para venir, por lo menos, debe tener un marco de estabilidad.

¿Son sólo las autoridades? Comentó que le dijeron que un empresario en la Argentina es un héroe. No sé si, socialmente, es la percepción mayoritaria.

Socialmente, no estamos bien vistos. Y la culpa la tenemos los propios empresarios. Mi generación no ha sido capaz de cambiar el rumbo de la Argentina. Tampoco pudo considerarse como un empresariado agrupado. El sindicalismo, hoy, está agrupado en la Argentina. Tienen sus diferencias. Pero les quieren sacar una ley, algo en contra, y ¡pum!: están todos juntos. Los empresarios tenemos AEA, IDEA, UIA…Todas entidades separadas. No somos capaces de juntarnos.

¿A qué lo atribuye?

Mirá… (piensa) ¿Qué pasa? Tanto las instituciones como las personas se tienen que sacar ese egoísmo, en el sentido del ego con el que se manejan. Alguien tiene que aglutinarnos. Pero también tenemos que ceder posiciones. Nadie quiere ceder posiciones porque no vemos el final, sino el día a día. En ese sentido, los empresarios nos hemos equivocado totalmente. Y, evidentemente, a nivel social, el empresariado no está bien visto. Y eso que somos los que producimos riqueza, fuentes de trabajo. Sin los empresarios, sin empresas, no hay riqueza. El empresariado es el que produce la riqueza necesaria para que el país se pueda movilizar.

AEA nació con esa intención y, después, se diluyó. Ahora, hay una renovación, con el protagonismo de los unicornios. Pero ellos tampoco están tomando ese espacio en el debate público.

Una vez, vino a ACDE a dar una charla un economista italiano, Stefano Zamagni. Le preguntaron por qué la Argentina está cómo está. Contestó que no hay sociedad que pueda ser exitosa, aun teniendo todas las reservas naturales y los mejores recursos humanos, mientras no se unan como sociedad. «Mientras persista el individualismo, no podrán salir adelante», dijo. Es correcto.

«¿El país ayuda? No, no ayuda. Empresarialmente, es una constante. En la Argentina, sos un héroe porque estás luchando contra la inflación. Estás luchando contra las leyes, que hoy sale una parte y mañana salen para otro lado. Estás luchando porque no tenés crédito para el desarrollo. Pero, así como es de difícil, te da oportunidades para crecer».

Un lugar en el mundo

Italia. Es una referencia ineludible para Andreani. Por el concepto de integración y desarrollo que admira de las PyMEs de ese país, que también fue cuna de tres de sus cuatro abuelos. «Tengo 75 por ciento de sangre italiana. Siento ese arraigo», afirma. Cuenta que, en 1990, fue el primer Andreani del Nuevo Mundo que pisó Civitanova Vecchia. De esa localidad frente al Mar Adriático, en la provincia de Macerata, había partido su abuelo, en 1890.

«Es algo inigualable. Cuando llegué allá, me dio una sensación de pertenencia, de sentirme parte del lugar del que provenía. Al año siguiente, tuve la suerte de llevarlo a mi papá. Es una emoción muy difícil de describir», evoca.

A esa altura, Andreani ya era una empresa importante. En esa mezcla de emociones, debe estar también la sensación de que todo el esfuerzo de los que se fueron no fue en vano.

Pensá que mi abuelo vino de la nada. ¿Por qué se instaló en Casilda? Porque lo único que sabía trabajar era la tierra. Casilda es tierra, campo. Fueron mis padres quienes empezaron con el transporte.

Claramente, detrás de esa historia, la empresa es un propósito, una misión. ¿Cuál fue la oferta de venta que más lo puso a prueba?

En 2001. Habría sido un error garrafal. Pero fue un momento de tentación plena.

¿Cuán cerca estuvo?

Nunca estuvo en mí el hecho de vender. Tampoco lo está hoy. Con la edad que tengo, tampoco puedo. Esto es un legado. Para mis hijos y mis nietos. También, para toda la gente que nos ayudó a formar esta empresa.

¿Quién mostró la manzana?

Hubo fondos de inversión, empresas del extranjero… Que, después, huyeron de la Argentina (se ríe). Eso es también lo que, un poco, nos posibilita a nosotros estar como estamos hoy. Estamos bien posicionados, tenemos las cosas bien armadas. La empresa está muy profesionalizada.

Vender no. ¿Comprar? En algún momento, le ofrecieron OCA. ¿Por qué no?

El Gobierno de ese momento (N.d.R.: el de Mauricio Macri) me la acercó. En ese momento, vimos que, con su nivel de deuda, cantidad de gente y de facturación, no era viable. No cerraba. En ese momento, era para sacar, mínimamente, a 3000 personas. ¿Cómo lo hacías? Era comprarse problemas. Optamos por seguir con lo nuestro.

Hubo hitos en la historia de la empresa: cuando entró en el transporte de revistas y le ganó al avión, acortando a 24 horas la llegada al interior; cuando avanzó en la distribución de productos farmacéuticos; y, más recientemente, el boom del e-commerce. Por el esfuerzo que le significó a la compañía como organización, ¿qué fue lo más disruptivo?

Siempre es «y», nunca «o». Es «esto más esto». Uno puede girar totalmente hacia un lado o puede hacerlo para otro pero conservando todo lo que viene trayendo. El negocio, hoy, giró al e-commerce. Pero ya desde hacía tiempo trabajábamos en eso. Desde que la gente ya no sólo quería que le entregáramos e paquete, sino que también le diéramos la información sobre él. Ahí comprendimos que nuestro mejor vendedor no sería un comercial sino alguien que entendiera de tecnología. Y empezamos a mechar el negocio con eso.

¿Antes de la pandemia?

El e-commerce explotó de una manera exponencial con la pandemia. Hubo un antes y un después. Pero lo esperábamos. Habíamos viajado a Holanda y trajimos la última tecnificación que había. Aunque, por la velocidad a al que se dio todo, al año, ya no servía más. Hubo que comprar cosas nuevas. La demanda fue superior a la pensada.

¿Qué le queda por hacer?

En los próximos 20 años, disfrutar. Trabajar cuatro, cinco años más y, después, seguir disfrutando. Imagino que, a los 100 años, me tendré que jubilar (se ríe). El trabajo es lo que me mantiene. Trabajando, la gente agiliza las neuronas, está siempre en condiciones… Lo que sí espero en los próximos años es viajar mucho. Pensá que mis primeras vacaciones fueron a los 41 años, cinco días a Mar del Plata. Ahora, me gusta mucho viajar, conocer.

¿Por qué?

Soy inquieto por ver lo que existe alrededor nuestro. Lo mejor que hay en el mundo y traerlo. Días pasados, estaba en Nueva York. Miraba el Highline, cómo reconvirtieron una estructura por la que pasaba el tren y construyeron un paseo. Cuando viajás, ves ese tipo de cosas.

¿Qué viaje le queda pendiente?

Tengo una lista de, más o menos, 20 lugares para conocer. No conozco Japón; me gustaría. Después, muchos lugares de playa. Y recorrer Europa todo lo que se pueda. Sin dudas, uno de los gustos que quiero darme es hacer algún viaje en el Orient Express.

«El país tiene oportunidades inmensas. ¿A quién votaría? Al que me presente un plan de la Argentina para los próximos 20 o 25 años. Lo que tenemos hoy siguen siendo parches. Necesitamos definir un programa y ponernos firmes en eso. Cinco, ocho, 10 políticas de Estado, que, venga quien venga, se continúen. Es la única manera de que la Argentina pueda salir hacia adelante. Si no tenemos ese plan, son parche, sobre parche, sobre parche».

¿Más acá, en tiempo y lugar, qué espera? ¿Qué expectativas tiene para el país desde el 10 de diciembre?

El país tiene oportunidades inmensas. Siempre estoy en positivo. ¿A quién votaría? Al que me presente un plan de la Argentina para los próximos 20 o 25 años. Lo que tenemos hoy siguen siendo parches. Necesitamos definir un programa y ponernos firmes en eso. Cinco, ocho, 10 políticas de Estado, que, venga quien venga, se continúen. Es la única manera de que la Argentina pueda salir hacia adelante. Si no tenemos ese plan, son parche, sobre parche, sobre parche.

Hoy no ve que alguien tenga ese plan.

Hoy no lo veo. No veo a alguien que dé esa seguridad, de un plan a 15, 25 años. Que diga: ‘Vamos para adelante; lo hacemos de esta manera’. Esto lo aprendí de un alto funcionario brasileño de infraestructura, con el que almorzamos una vez en IDEA. Nos contó que, por año, tenía 500 carpetas. De esas 500, había cinco en la que estaban todos de acuerdo porque eran el futuro de Brasil. Viene Lula, viene Bolsonaro y esas cinco siguen. Lo mismo que pasa con su política exterior. Nosotros, en cambio, vamos y venimos, vamos y venimos…

Esta nota se publicó originalmente en el número 354 de la revista Apertura, correspondiente al mes de junio de 2023.

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